CHEFCHAOUEN O CHAOUEN
3:07CHEFCHAOUEN, El pueblo azúl marroquí que enamora.
De Barcelona a Tánger hay una hora y media de vuelo.
Aterrizamos a las 8:35 y nos dirigimos a la oficina de cambio de divisas, donde cambiamos un poco de moneda porque, nos dijeron, que en casi todos los sitios aceptaban euros y tarjeta de crédito.
Al salir del aeropuerto nos estaba esperando Issam con un taxi amarillo, de siete plazas y enseguida emprendimos la marcha.
La ruta de Tánger a Chechaouen pasa por Tetúan y, hasta allí, hay autopista, pero a partir de esta ciudad se empieza a circular entre las montañas que siluetean la cordillera del Rif con paisajes espectaculares.
El conductor se ofreció a parar para que hiciéramos algunas fotos y especialmente en un mirador, desde donde se apreciaba la presa de Nakhla, que regula las aguas del río Hajera. Su misión es garantizar, junto con los pocos recursos de aguas subterráneas locales, el suministro de agua potable de Tetuán y su región. Desde allí, estábamos a sólo media hora de Chaouen.
Tras casi dos horas y media de trayecto, divisamos Chefhaouen, situada en las faldas de los montes Tisouka (2.050 m) y Megou(1.616 m), de la cordillera del Rif, que se elevan por encima del pueblo como dos cuernos, dando así nombre a la ciudad (Chefchaouen en bereber significa: “mira los cuernos”).
Historia
Chaouen fue construida en el año 1.471 por Moulay Ali Ben Rachid con el fin de que sirviera de base para las tribus bereberes del Rif que, en aquel entonces, se encontraban en trifulcas con las tropas portuguesas, situadas en Ceuta.
Los moriscos y los sefardíes expulsados por los Reyes Católicos en la toma de Granada en 1492, eligieron este pueblo para afincarse y empezar una nueva vida. Construyeron sus casas con un estilo muy andaluz: encaladas con pequeños balcones, techos de tejas y patios aromatizados por limoneros y naranjos. En aquel entonces empezaba a nacer el Chaouen que es hoy. Un laberinto, pequeño y caprichoso.
Pero no fueron ellos los que pusieron el azul en las calles de Chaouen, que en el siglo XV estaban pintadas del característico verde musulmán. Hay que esperar hasta los años 1930 para que las calles de este pequeño pueblo del Rift se llenen de color azul, ya que fueron los judíos refugiados en Chaouen, en esa época, los que cambiaron el color que hoy caracteriza a este bonito pueblo como símbolo del cielo y la libertad. Dicen que también que la finalidad es ahuyentar a los mosquitos.
En la entrada del pueblo, el conductor nos mostró la conocida “La puerta de entrada a Chefchaouen”, representando la arquitectura de la ciudad.
El taxi paró en la plaza del Parador y de allí ascendimos por las calle de la medina, sólo aptas para viandantes y donde pueden circular los burros que transportan las mercancías a las casas.
El riad estaba situado en Al Hassan I, la calle principal que recorre de forma horizontal gran parte de la medina y de su zoco. Y tras dejar nuestro equipaje, nos fuimos a perder por sus estrechos y azules callejones, entre tal variedad de matices cromáticos, que deja corta la paleta de Pantone.
A pesar del turismo, el pueblo sigue su ritmo. Todos los barrios de la medina de Chefchaoen tienen su horno comunal donde los habitantes dejan la masa de pan hecha en casa para que sea horneada con leña.
Rafael, que siempre le gusta entrar en contacto con los locales, entabla una pequeña comunicación con la persona encargada del horno y, al despedirse, éste le regala un pan recien horneado que estaba buenísimo.
Siguiendo la calle Al Hassan I hasta el final, salimos por la puerta Bab Al-Ansar y llegamos a la zona del Lavadero de Chaouen, ya en el exterior de la medina. Bajo las montañas una pequeña cascada se precipita en el río y las mujeres aprovechan sus aguas, desde hace siglos, para lavar frotando contra la piedra al modo tradicional. Vale la pena llegar hasta aquí, aunque la afluencia turística y el reclamo para hacer fotos con los sombreros tradicionales, le sacan un poco el encanto.
Retrocedemos por la calle principal que se prolonga por la Rue Znika, la calle principal del zoco. Está repleta de pequeños comercios con gran encanto y es donde se encuentran los rincones más fotogénicos de la medina.
Las mujeres de Chaouen son las encargadas de pintar las paredes y los suelos de las casas varias veces al año, con variados tonos de lapislázulis y turquesas.
La llamada a la oración desde los altavoces de los minaretes de las mezquitas crean un ambiente que hechiza el entorno.
En el zoco de Chaoen existe una plaza diferente a las demás por su tamaño y elementos decorativos. Se trata de la Plaza El Kenitra, donde destaca la fuente El Kenitra y se encuentra del zoco de las Especias.
Seguimos descendiendo hasta llegar a la Plaza Uta el-Hamman, el corazón de la medina. En ella destaca la alcazaba o kasba, una fortaleza que en su interior alberga un jardín y un pequeño museo etnográfico, y la torre octogonal de la Gran Mezquita del siglo XV.
Es la plaza más concurrida, tanto de población local, como de turistas, y está llena de terrazas de cafés y restaurantes, con una gran animación.
En los bares locales se agrupan los hombres y no observamos ninguna mujer, a no ser turista.
Cerca de esta plaza, hay un establecimiento muy agradable para tomar un café o un buen zumo natural y disfrutando de unas vistas espectaculares desde su terraza.
En la antigua posada se alojaban los mercaderes que llegaban a Chaouen y dejaban sus animales debajo de los arcos. Actualmente es un rincón de artesanos y comerciantes.
Para regresar al riad, ascendemos de nuevo por las distintas callejuelas que ascienden de la plaza Uta el-Hamman hasta alcanzar la calle comercial, un verdadero zoco, con una sucesión de tiendas de souvenirs, ropa y artesanía.
En un bello rincón nos despedimos de Chaouen. A pesar de que el dueño cobra medio euro por persona para poderse fotografiar , nos costó resistirnos.
Es Chaouen de ese tipo de destinos que una vez visitado situarías, posiblemente, entre los lugares con más encanto. Tan sólo hay que dejarse llevar por sus estrechas callejuelas empedradas, pasear y relajarse entre sus característicos tonos azúles, descubrir rincones de gran belleza y observar las costumbres de la gente local.
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