14/7- ARBA MINCH-KONSO-TURMI

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Día 14 julio – ARBA MINCH-KONSO-TURMI (282 km)


Seguimos por el sur hacia el Valle del río Omo. Esta región fue integrada a la Etiopía de Menelik II, a finales del siglo XIX, pero permaneció aislada y al margen de los acontecimientos históricos que perfilaron la evolución y constitución del país.  Su territorio acoge a más de 80 etnias y se hablan más de 200 dialectos. Son semi-nómadas y su vida gira en torno a su ganado, con una dinámica de desplazamientos difícil de desentrañar en una de las regiones más aisladas de África. Conservan rituales animistas y tienen costumbres ancestrales.

En Arba Minch termina la carretera asfaltada y continuamos por pistas de tierra. Poco a poco la vegetación va cambiando y el paisaje adquiere la forma de la sabana, grandes extensiones de hierba, maleza, arbustos y gran variedad de acacias. 






Durante el camino vemos grandes termiteros de 7 ó más metros de altura y que pueden llegar hasta cuarenta metros de profundidad. Los nidos en forma de chimenea mantienen la temperatura constante en su interior, llena de galerías y cámaras.


A menudo vemos panales de miel colgados en las ramas de los árboles. En estas regiones son grandes productores.


Cuanto más al sur, más numerosos son los rebaños. Los animales  son signos de riqueza.


Y a medida que vamos bajando,  también cambia la gente, sus costumbres, su estética y su forma de vestir. Cuanto más al sur menos ropa llevan y más les gusta decorar sus cuerpos con dibujos,  abalorios y las cosas más inverosímiles, como ya veremos. 

En el trayecto hacia Konso nos encontramos con el primer "merkato" y paramos a visitarlo.

Los merkatos son un acontecimiento social que suelen celebrarse un día a la semana. A ellos acuden diferentes tribus, ya sea para comprar o vender mercancías. Todas las aldeas están situadas a una distancia razonable del mercado, el trayecto de ida y vuelta se puede hacer a pie en un solo día.







El mercado está distribuido por las diferentes mercancías: semillas, hortalizas, ajos, ropa, calzado, animales, etc. 




Johanes me enseña unas sandalias que están hechas con caucho de neumáticos y que de pequeño él también llevaba.


Una zona está destinada a animales vacunos. Cerca venden pellejos para almacenar agua. 

Al estar poco acostumbrados a ver blancos, nos convertimos en  el centro de atención del mercado. Se nos acercan y con mucha curiosidad tocan mi pelo, mis manos, la nariz, les llama la atención como se nos transparentan las venas a nivel de la muñeca, el vello de los brazos, verse reflejados en la pantalla de las cámaras, así como mis pulseras y collares que acabo regalándoselas. 


A continuación, un pequeño vídeo mostrando las imágenes de la curiosidad que despertábamos:





Junto al mercado hay un riachuelo donde los hombres se bañan desnudos.




Algunos llevan camisetas de la selección de fútbol de Etiopía, que se popularizó cuando hicieron en los partidos de clasificación para el Mundial de fútbol.





Después de nuestro primer contacto con un merkato, que nos ha encantado por su colorido,  nos ponemos en marcha  hasta Turmi pero, antes de llegar, visitamos una población de la etnia Konso, cuyas mujeres  hemos visto ya en el mercado con faldas de vivos colores.


La etnia Konso, al contrario que las demás tribus que viven en pequeñas aldeas, lo hace en grandes poblaciones y  trabajan en grupo toda la comunidad.

Desde la carretera vemos las colinas con sus cultivos organizados en amplias terrazas de piedra, que previenen la erosión de los suelos y maximizan la retención de agua. Una tradición cultural de hace más de 400 años, adaptada a un ambiente seco y hostil, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2011. El paisaje demuestra los valores comunes, la cohesión social y los conocimientos en ingeniería de sus comunidades . 

Cultivan principalmente sorgo, base de su dieta y con el que elaboran una especie de cerveza, también maíz, girasol, legumbres, hortalizas, café, algodón, árboles frutales, recolectan miel y cada familia suele tener algo de ganado (bueyes, cabras y ovejas).


Para llegar al poblado que está situado en lo alto de una colina, ascendemos por callejuelas estrechas con murallas de escasa altura que enmarcan los complejos familiares, que constan de varias chozas de adobe y un establo.



Los complejos familiares, muy pulcros y ordenados, tienen una entrada estrecha a modo de túnel que obliga al visitante a inclinarse y  permite a los dueños decidir si se trata de un amigo o un enemigo. Todas las chozas tienen techos bajos,  coronados  por una tinaja.


Esta tribu es famosa por la cantidad de hijos que tienen, haciendo caso omiso a las campañas en fomento de los anticonceptivos.



El poblado se divide en barrios y todos tienen una cabaña pública, con la planta baja abierta,  donde se reúnen  hombres y niños. Las mujeres no pueden entrar después de la pubertad. 
Allí  charlan, discuten,  tocan música y juegan al "gabata", tradicional juego que consiste en una tabla con varias hoyos en las que desplazan piedrecitas con rápidos movimientos y complicadas reglas. Hay una pesada piedra redonda que tradicionalmente dicen que cuando un joven la levanta ya se pueden casar, aunque realmente la ceremonia de iniciación de los jóvenes tiene lugar cada 18 años, elevando una "olahita", un poste generacional. Se sabe cuantos años tiene esa comunidad multiplicando por 18 los postes. 



A un adulto no iniciado se le permite casarse pero los hijos que engendre deberán ser asfixiados con su cordón umbilical al nacer. Estas costumbres están prohibidas desde hace unos años pero los konsos no suelen obedecer fácilmente las disposiciones del gobierno.

Los hombres casados duermen muchas noches en la casa comunitaria para no mermar, con las relaciones sexuales, las fuerzas de sus mujeres que son las que realizan los trabajos más duros del hogar y las que traen el agua  que acarrean desde muy lejos y luego tienen que ascender hasta la choza. Los hombres sólo las ayudan unas pocas semanas después del nacimiento de un hijo y los niños colaboran en las tareas domésticas hasta los siete años, luego ya se van a pastorear.



Tejer es una tarea exclusiva de los hombres porque consideran que las mujeres "periódicamente impuras" pueden transmitir la impureza a los tejidos. Cuidan con esmero sus terrazas y antes de volver a sus hogares, se reúnen para tomar una especie de cerveza que ellos mismos elaboran. Veneran, la solidaridad, la amistad y la virilidad. 


Las mujeres son las que acuden masivamente a los mercados vistiendo sus llamativas faldas plegadas que llevan los colores de la bandera etíope (amarillo, verde y rojo) y un pañuelo en la cabeza.


El territorio konso es algo así como la frontera con el valle del Omo. Durante el camino vemos muchos árboles cargado de nidos de pájaros.



Continuando el trayecto hasta Turmi,  vemos desde la carretera un mercado  de las tribus Tsemay y Banna y nos acercamos a conocerlo. Son dos tribus con características muy similares, les unen costumbres, estilos de vida y relaciones comerciales. Como casi todas las gentes que habitan en el curso del río Omo, se dedican principalemente al pastoreo de cabras y ovejas, realizando grandes desplazamientos en busca de buenos pastos. Esta vida de nómada hace que sus casas sean de una estructura muy sencilla, confeccionada con hierbas y esteras, y  alejadas de las pistas y carreteras, por lo que su contacto se establece principalmente durante el día de mercado. 

También tienen se dedican algo a  la agricultura, cultivan sorgo, sésamo y maíz. Uno de sus mayores tesoros es la miel silvestre, que les sirve como objeto de cambio en el mercado o en la carretera.


La población está formada por 35000 individuos, que se reparten entre los ríos Omo y Woito. Forman la misma familia que los Hamer (que conoceremos más adelante), con los que comparten lengua y con los que pueden casarse libremente.


Su sociedad se basa en un sistema de edades, en la cima están los más ancianos, controlados por un Bitta o dirigente ritual. Mientras las mujeres ocupan un lugar subordinado a ellos independientemente de su estado civil.


Al igual que los Hamer, realizan una ceremonia denominada "el salto del toro", que más adelante explicaré, con algunas variaciones para iniciar a los jóvenes varones en la edad adulta.



Hablan el suri y varios dialectos, como el tirma y el chai. 


Para entrar en el mercado vienen a recibirnos unos jóvenes Tsemays que nos piden un peaje, nos acompañan y nos permiten fotografiar sin problemas. Llevan los típicos y pequeños asientos de madera, con una correa para el transporte, que también les sirve de almohada y nunca se separan de ellos. 


Está atardeciendo y más que un mercado parece una fiesta. En medio de un gran alboroto, los hombres toman su bebida alcohólica parecida a la cerveza, que ellos mismos elaboran a base de sorgo fermentado, en cuencos de calabaza que también les sirve de sombrero para protegerse del sol. Las mujeres charlan, intercambian sus mercancías y cuidan a los niños.









Los matrimonios de estas tribus son decididos por los padres de la mujer, que deciden quien se casará con su hija. El hombre debe pagar una dote que consiste en ganado, miel, cereales y café. 

Cuando llegamos al lodge está cayendo el sol. Damos un pequeño paseo por los alrededores y disfrutamos de la naturaleza de la sabana. Nos encantan los adenium en flor, también denominado rosa del desierto, cuya savia, que es altamente tóxica, algunas tribus aplican en sus flechas para cazar.



Al ser una zona muy aislada carece de electricidad y el hotel dispone de un generador que a partir de las 19h de la tarde deja de funcionar hasta las 6.30 del día siguiente. 

Cenamos y como el cansancio se empieza a notar después de un día largo, en el que hemos recorrido muchos  kilómetros, nos vamos a descansar.


Día 15 julio- TURMI-MURULLE-OMORATE-TURMI

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