2. FÓSILES MARINOS- DUNAS ERG CHEBBI

21:51




Salimos en vehículo 4x4, para recorrer una de las pistas que utilizaban en el Rally Dakar, visitando poblados y nómadas del desierto. Pasamos por las Canteras de Fósiles Marinos y continuamos hasta llegar al gran Erg Chebbi (Merzouga), donde cambiamos el vehículo 4x4 por un dromedario, para entrar en el corazón de las dunas y contemplar una puesta de sol inolvidable.





  
Lunes, 1 de octubre 2018

 FÓSILES MARINOS

Era nuestro primer día. Nos pusimos en marcha con ilusión y con ganas de captar cuanto pudiera ofrecernos un país cuya historia, sangre, cultura y creencias se mezclaron durante siglos con la de España.

Marruecos es un país profundamente tradicional que, a la vez, se ve inexorablemente atraído por el mundo moderno. Este doble carácter es el que le otorga su riqueza cultural y lo convierte, para nosotros, en el viaje más cercano a un destino lejano.

Salimos en el 4x4  para recorrer una de las pistas que utilizaban en el Rally Dakar, visitando poblados y nómadas del desierto. 

La primera parada la hicimos en la ciudad de Erfoud para comprar una tarjeta prepago y ponerla en el movil liberado que llevábamos. Las llamadas desde Marruecos son muy caras y hay que tenerlo en cuenta, si se precisa hacer alguna.


Erfoud, una ciudad muy tranquila denominada "la Puerta del Desierto",  es la base de las excursiones a las dunas de Erg Chebbi. También es famosa por los dátiles de sus palmerales y por las canteras de mármol con fósiles.

Como estábamos interesados, Moha nos paró en uno de los talleres de fósiles, situado junto a la carretera, donde nos explicaron todo el proceso de extracción y pulido de las piezas, así como el nombre de las especies marinas incrustadas, con una antigüedad de 360 millones de años. Había una gran exposición y la visita fue muy interesante. Y como uno de nosotros es muy aficionados a los fósiles adquirimos alguna pieza.



Continuamos el viaje introduciéndonos por terrenos cada vez más secos y pedregosos y atravesando pequeños poblados con edificios de adobe.


Moha  detuvo el vehículo para  enseñarnos una zona donde se localizaba, fácilmente, un mar de fósiles, constancia de la lejanía de tiempos en los que el mar cubría las áridas tierras saharianas.  Volcando un poco de agua sobre las piedras,  los fósiles resaltaban más. 


Cada vez que nuestro vehículo se detenía, los niños corrían a nuestro encuentro para ofrecernos piedras y minerales, un medio de ayuda a sus familias y nuestra amiga Carmen les regalaba caramelos y otros pequeños obsequios que había traído.  Cerca, una ONG había montado una escuela y cada día, un grupo de maestros compartía coche para llegar hasta allí.

Aunque la educación en Marruecos es obligatoria, muchos niños no van a la escuela, especialmente en las zonas rurales porque tienen que recorrer muchos kilómetros para llegar a ella y por falta de medios económicos familiares.

 Según la Wikipedia, en el 2014 el 53 % de los marroquíes eran analfabetos, una tasa que alcanzaba el 71 % en las zonas rurales.  


Continuamos nuestra ruta atravesando extensas y silenciosas hammadas, que es como se denomina al desierto pedregoso en estado puro. 

En medio de la nada había una tienda de beduinos. De color oscuro,  estaba tejida con pelo de cabra y de camello, en largas tiras de no más de 20 cm de ancho y sujetas al suelo con numerosos cordajes y unos palos centrales. 


El suelo interior estaba cubierto por alfombras y cojines, que hacen que estas moradas sean más confortables y transportables a lomos de animal ya que, de la noche a la mañana, los nómadas están dispuestos a ponerse en camino, siguiendo el vagabundeo de los pastos, para alimentar a sus animales, aunque también, algunas veces, se detienen durante meses o años al lado de unos prados o al abrigo de un recodo favorable.


Moha les conocía,  nos acercamos a saludarles  y nos invitaron a tomar el té. Dejamos nuestra sandalias a la entrada y nos sentamos sobre las tupidas alfombras, mientras la mujer nos preparaba el té a la menta muy azucarado.


Junto a la tienda nómada había dos cabañas de barro y cañas. La más grande tenía un apartado con  un horno fabricado en barro y sin apenas utensilios,  varias habitaciones en las que se encontraban descansando una mujer con dos niños y justo a la entrada, un telar donde una joven confecciona una alfombras de vivos colores. 

Al lado,  había otra cabaña más pequeña para refugiar los animales.


La familia estaba compuesta por siete miembros y, en esos momento, no había ningún hombre. Moha nos hacía de intérprete. Los nómadas  habitan estas tierras y las pastorean, alejados de cualquier núcleo urbano,  una forma de vida que no han variado desde hace millones de años.

Agradecimos su hospitalidad, les ofrecimos unos dirhams y unos caramelos a los niños y seguimos el trayecto hasta llegar al oasis donde el grupo Xaluca, había montado unas barbacoas bajo un entoldado con telas de colores. Era  una pequeña zona de regadío, con unos palmerales que estaban llenos de dátiles maduros, ya que era época de recolección.

Nos sirvieron carne y verduras a la brasa con harissa, una salsa picante que nos encantó. Pedimos la receta:
Aceite, sal, limón, pimientos rojos asados, chile y ajo. Se pica todo y se deja macerar.
También se utiliza en la elaboración de tajines, cuscús, sopas o cremas. Como a los cuatro nos gusta el picante, la encontramos buenísima.


Después de comer continuamos hacia las dunas de arena, hasta llegar a la Kasbah Hotel Tombouctou, también del grupo Xaluca, situado frente a las dunas de Erg Chebi. Al igual que el de Erfou tiene una majestuosa construcción y una situación privilegiada. Había posibilidad de pasar allí la noche pero nosotros preferimos sacrificar la comodidad, por algo más auténtico y dormir en un oasis, en el interior del desierto.


En la terraza del hotel y de cara a las dunas, nos sentamos a tomar unos refrescos. Unos momentos de relax que fueron muy bien antes de emprender la nueva excursión.


 DUNAS ERG CHEBBI 

En el desierto, que hace frontera con Argelia,  Erg Chebbi es una zona de dunas móviles que se extienden 30 km, alcanzando una altura máxima de 250 m. 

Moha volvió a buscarnos y nos aproximó a un lugar donde cambiamos el vehículo 4x4 por un dromedario para entrar en el corazón de las dunas.  Un joven nos estaba esperando para iniciar una ruta  que duraría, aproximadamente, dos horas.

Para facilitarnos la subida a los dromedarios, les hacía doblar  las rodillas y, a continuación, se elevaban con un gran impulso.






 ¿Qué le decía el joven a su dromedario?. 


A diferencia del camello (Asia Central), el dromedario tiene una sola joroba que es un cúmulo de grasa y agua, que se metaboliza como fuente de energía. Sus extremidades son más largas, lo que facilita el desplazamiento sobre las dunas de arena y les permite viajar más rápidos puesto que el pie o pezuña presenta una ancha superficie callosa que se adhiere a todas las asperezas del terreno y no se hunde en la arena.


Conducidos por el joven bereber, continuamos en silenciosa hilera y escalamos las dunas por itinerarios que se dirían imposibles.





A esas horas, la luz del sol de la tarde teñía las dunas de naranja, rosa y púrpura, con una fascinante variedad de tonalidades. Quedamos fascinados e intentamos atrapar algunos de esos momentos con nuestras cámaras.














Un poco antes de llegar al campamento, el joven ordenó inclinar las rodillas a los animales para que pudiéramos descender de ellos. El sol empezaba a caer.


Clavamos nuestros pies en la fina arena hasta llegar a la cima de una duna y nos preparamos para asistir a una puesta de sol maravillosa.




Disfrutamos contemplando en paz y en calma como el día llegaba a su fin, ante un paisaje mágico y en el más absoluto de los silencios.


Armonía de luz, arena y cielo. Los colores pasan del rosa, al rojo, se rompe el cielo y uno tiene que contenerse y hundir los dedos en la arena para no dejarse arrastrar, ladera abajo, hacia el otro lado de la realidad.


Dicen que el desierto del Sáhara, es el jardín de Allah, de donde el señor de los creyentes expulsó toda vida humana y animal superflua, a fin de tener un lugar por donde poder vagar en paz.

Después de este momento mágico, proseguimos el camino, con las sombras que se iban profundizando cada vez más en los surcos de las dunas.




El oasis donde estaba situado el campamento se hallaba junto a la gran duna. Cuando llegamos empezaba a anochecer. 
 



Las jaimas eran individuales, muy amplias y acondicionadas con alfombras, colchones, sábanas, mantas. Estaban dispuestas alrededor de una amplia zona donde nos reunimos para cenar.


Nos sirvieron una cena caliente con  arroz , olivas, un guisado de carne y verduras y un tajine de kefta (pequeñas albóndigas de carne picada con huevo y tomate frito). Todo muy bueno y abundante. No pudimos terminarlo. Eso si,  para beber, en lugar de una cervecita bien fresca que hubiera pasado muy bien,  agua o té, ya que la religión musulmana prohíbe el consumo de alcohol.

Luego empezaron a amenizar la velada con tambores y danzas, a las que enseguida nos unimos todos Éramos cuatro parejas de turistas, una de ellas holandesa) y en seguida conectamos muy bien. 

La velada se alargó con una interesante charla, en varios idiomas, de diferentes temas del país y nos sorprendió comprobar la facilidad que tienen los habitantes del desierto, que dominan al árabe y el bereber desde la infancia, para aprender idiomas por sus propios medios y con una facilidad pasmosa, sobre todo inglés, francés, español e incluso el catalán. Nos dijeron que el principal medio de aprendizaje era el turismo.

Por cierto la palabra bereber es preferible sustituirla por "amazing". La palabra bereber deriva de bárbaros, término que la antigua Grecia designaba todo aquel que no era griego; en cambio amazing tiene connotaciones positivas y en la antigua lengua del norte de África significa hombre libre.


Antes de ir a dormir,  nos alejamos unos metros para observar el silencio de la noche, en un cielo tan cubierto de estrellas, que casi podríamos acariciar con la mano.

Nos despertamos a medianoche. La luz que proyectaban las estrellas iluminaba todo y no necesitábamos linterna para orientarnos. ¡Una maravilla!.


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